“Retrato de Irene Cahen d’Anvers” 1880
Pierre-Auguste Renoir (1841-1919) trabajó al igual que Monet pintando las mismas escenas de lugares populares a orillas del río y de vistas del bullicioso París, esto durante la última década del siglo XIX. Renoir se sintió fascinado con las personas y acostumbraba pintar a sus amigos y amantes. Sus primeras obras poseen una vibrante luminosidad que resulta satisfactoria y totalmente apropiada para el tema y los efectos de la luz.
“ Le Bal au Moulin de la Galette”
Auguste Renoir, poseía al parecer, la envidiable habilidad de considerar que cualquier cosa podía resultar interesante. Más que ningún otro impresionista, encontró la belleza y el encanto en lugares modernos de París en esos años. No profundizó en lo que ve, pero captura su apariencia, sus generalidades, lo que permite al espectador responder con inmediato placer. Esto también significó un cambio frente al realismo; ya que las pinturas impresionistas no presentan un laborioso y detallado perfil de la realidad; en su lugar muestran escenas íntimas y encantadoras de la clase media francesa en sus momentos de ocio en el campo, en los cafés y conciertos de París. Renoir siempre sintió un sencillo placer por todo aquello que llamaba su atención de persona optimista, pero se negó a permitir que lo que observaba dominase lo que deseaba pintar. De nuevo, su intención es transmitir la impresión, la sensación de algo, de sus generalidades, de su vida incidental. Quizás todo merezca ser observado con atención, pero en la práctica no hay tiempo; solo se recuerda lo que se percibe mientras mientras nos movemos.
“ El almuerzo de los remeros” 1881
En su pintura “El almuerzo de los remeros”, un grupo de amigos de Renoir disfrutan de la mejor diversión del hombre y la mujer trabajadores: un día de excursión, Renoir muestra las diversas relaciones: el joven que charla interesado con la muchacha de la derecha, mientras que la de la izquierda juega con su perrito. Igualmente se puede ver la soledad que puede formar parte de la experiencia de cualquiera durante un almuerzo, lo vemos en el hombre situado detrás de la muchacha con el perro, se halla ensimismado en su propio mundo; sin embargo, no puede evitarse pensar que se trata de una agradable ensoñación. Los restos de la comida, la nebulosa luminosidad del mundo que se extiende más allá del toldo: todo nos transmite una visión de satisfacción humana.
Uno de los primeros retratos de Renoir, “Niña con regadera”, posee el tierno encanto de su modelo, delicadamente remarcado, sin sentimentalismos, pero claramente adornado. El pintor desciende hasta la altura de la pequeña para que pueda observarse su mundo desde su propio punto de vista. Este nos da a entender que la pequeña ve no al jardín real que ve un adulto, sino el jardín nostálgico que recuerda de su infancia. La niña es consciente con dulzura de su importancia central. A pesar de ser una criatura sólida, se presenta con el frágil encanto de las flores. Sus pequeños pies y sus bonitas botas se notan como plantados en el jardín, y el encaje de su vestido tiene un motivo floral; ella también resulta decorativa. Con la mayor habilidad Renoir muestra a la niña no entre las flores y la hierba, sino en el camino que la lleva hacia adelante, fuera del cuadro, hacia el futuro desconocido, cuando será una espectadora, una adulta que solo disfrutará de los recuerdos del presente ahora plasmado.
“Bañista peinándose” 1893
Aunque pudiese confundirse con un hedonista feliz, Renoir era en realidad un artista serio. En un momento dado, cambió completamente su estilo porque pensó que ya había llegado todo lo lejos que podía llegar con el impresionismo y que corría el peligro de convertirse en un pintor superficial. Su estilo en la última época es más firme, con figuras de contorno más marcado, y sus últimas obras poseen la solidez clásica. En “Bañista peinándose” ha preservado la sólida sensación de la forma del cuerpo y la ha irradiado de un color luminoso. El bello cuerpo de la muchacha se encuentra entre una serie de prendas multicolores: un corpiño, un sombrero. Renoir persuade al observador de que la muchacha es la que se desnuda y se presenta ante él, se percibe que ama su cuerpo, como debe ser.
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