Vincent van Gogh (1853-1890) empezó su carrera como oficinista en la empresa de su tío, que era un marchante de arte en La Haya. En 1873 lo trasladan a Londres, donde se enamora de la hija de su casera, sin embargo la muchacha ya estaba comprometida para casarse. Se piensa que la primera experiencia de amor no correspondido lo precipitó al fanatismo religioso que luego posteriormente lo llevó a la depresión. Después de su breve estancia en Londres como maestro del reverendo Slade-Jones, Van Gogh regresó a Holanda, donde tuvo que enfrentarse inmediatamente a más fracasos.
“El niño de la naranja” 1890
Van Gogh era un tipo de genio reservado y callado, mas sin embargo con una vida turbulenta y anhelante conocida por la gran mayoría, vista la magnitud de su fama póstuma La triste historia de la mutilación de su oreja forma parte de la leyenda de los genios. La infelicidad documentada en un río de cartas a su hermano Theo se transforma en su arte en una apasionada búsqueda de la estabilidad, la verdad y la vida misma. Posee el extraño poder, parecido al de Rembrandt, de tomar lo feo, incluso lo terrible, y convertirlo en algo bello a base de pura pasión.
“Melocotonero en flor” 1888
Sus años de formación como pintor revelan su confusión e intranquilidad, ya que trabajó en varios empleos en busca de una existencia con sentido. A los veinte años dejó Holanda, y se marchó a Inglaterra; después vivió durante una corta temporada en Bélgica como misionero, y en 1886, con treinta y tres años, se fue a París. Gracias al trabajo de Theo como marchante de arte conoció otros artistas: Degas, Pissarro, Seurat, Lautrec y aprendió las técnicas impresionistas. Descubrió su vocación artística después de una ruta lenta y tortuosa, pero su verdadero talento no se hizo visible hasta que no absorbió totalmente las influencias del impresionismo y del arte japonés y realizó sus propios experimentos con el color.
“La habitación del pintor en Arlés” 1889
En 1888 dejó a Theo en París y se trasladó a Arlés, en la Provenza, donde creo sus obras más importantes durante los dos últimos años de su vida. “La habitación del pintor en Arlés” posee una gran fuerza y una enorme tristeza, Dos almohadas y dos sillas sugieren su anhelo por la llegada de Gauguin. Su sueño era que Arlés se convirtiera en un centro de pintores, pero la visita largamente esperada de Gauguin terminó en desastre.
“Granja en Provenza” 1888
“Granja de Provenza” y “La Mousmé” datan del año en que se fue a vivir a Arlés. Si Seurat subyugó la naturaleza para reflejar su intelecto, Van Gogh la ensalzó para reflejar sus emociones. “Granja en Provenza”, presenta un fertilidad terrible y amenazadora; el trigo surge por todas partes, las espigas llameantes casi cubren la pequeña figura que camina entre ellas. El muro se termina de repente, devorado por el ejercito de trigo maduro, flores rojas y vegetación.
La granja posee un aire lastimero, con algunos árboles bajo su protección, el resto de ellos son pequeños y escasos. Los edificios de la granja están apiñados y el cielo mantiene su total neutralidad. La naturaleza siempre llega hasta el pintor de esta forma amenazadora; sin embargo, él nunca se rinde: lucha contra ella, plasma en el lienzo su salvajismo, y la atención que presta a cada espiga de trigo le proporciona un dominio sobre toda esa fuerza.
“La Mousmé” 1888
“La Mousmé” como el pintor explicó a su hermano Theo, “es una muchacha japonesa en este caso de unos doce o catorce años”. Trabajó mucho en esta obra, atraído por la sencillez y el orden que tanto admiraba en el arte japonés, para presentar este aburrido rostro adolescente en términos de masas decorativas. Su vestido está pintado con líneas curvas en la parte superior y sólidos lunares rojos sobre el azul de la parte inferior. La silla la abraza con curvas esquemáticas, las manos y el rostro son de un opaco marrón rosado. Las manos que parecen no tener huesos, cuelgan de las mangas y su cara parece la de una muñeca. Su cuerpo se curva plano contra el fondo verde jaspeado. Muchos aspectos de esta obra resultan patéticos. Mira de una forma excesivamente cautelosa, la cual puede transmitir ligera incomodidad. Sus vivos ojos marrones delatan una herida, como si ella supiese que la vida no la iba a tratar bien. Van Gogh dirige sobre la niña tal fuerza de atención apasionada, un respeto tal, una seguridad en la fuerza de la visión para sacarla del infierno de la existencia, que el cuadro se alza con un éxito sobrecogedor. Las cualidades como la belleza y la gracia se tornan irrelevantes. Su triunfo consiste en conseguir que se vea a través de sus ojos. Cosa que se repite a menudo.
“Autorretrato” 1889
Pocos artistas demostraron tanto interés por el autorretrato como Van Gogh, la obra que se presenta resulta abrumadora por su pureza y su realismo: éste es el verdadero rostro del pintor, con una tosca barba roja, la boca infeliz y los ojos tristes. Se trata de una identidad que apenas existe bajo la presión del ondulante caos azul. Puede que su rostro tenga la suficiente solidez, pero su ropa pierde la identidad con el remolino de líneas que se abren paso y derriban, para mostrar su sentido del sufrimiento. Este cuadro lo hizo después de una grave crisis que lo obligó a internarse en el sanatorio de St. Remy. El hábil empleo de los colores que contrastan, el sensible dibujo y la sensación de control apuntan a una mente superior, por muy desequilibrados que estuviesen los sentimientos del artista.
“La pasión según Delacroix” Versión de Van Gogh
Vincent, utilizó una amplia variedad de colores a lo largo de su carrera, entre ellos la laca roja, bermellón, azul ultramar, violeta cobalto, verde esmeralda y verde cromo. Sin embargo muchos de estos colores no eran resistentes a la luz, Van Gogh debió conocer la naturaleza efímera que tenían algunos de los pigmentos que seleccionaba.
“Campo de tulipanes”
También estaba interesado en los colores complementarios: aquellos que le daban contraste a los colores primarios, surgen de la combinación de dos primarios (rojo, azul y amarillo). Rojo y verde, azul y naranja y amarillo y violeta son los pares básicos. El hecho de colocarlos juntos provoca que ambos parezcan más luminosos. Con este propósito llevaba una caja de lanas de colores que trenzaba juntas para experimentar con las vibraciones de los colores complementarios.
“Campo de trigo con cuervos” 1890
“La noche estrellada” 1889
Como artista, no estaba interesado en pintar con tonos naturales; lo que pretendía era transmitir una serie de emociones a través de la utilización de colores fuertes y vibrantes.