El impresionismo “nació” oficialmente en 1874, cuando el término fue aplicado a una relativamente diversa serie de artistas que expusieron ese año en el Salón Des Refusés. Muchas de las obras tenían una apariencia inacabada, lo que daba una sensación de inmediatez que no fue bien acogida por la crítica. Aunque estos artistas eran individualistas, con diferentes ideas y actitudes, estaban unidos por su deseo de conseguir un mayor naturalismo en el arte, y sus obras revelaron una sorprendente y nueva frescura, así como luminosidad. Lo acontecido indica que un crítico de nombre Louis Leroy, hizo un comentario sarcástico para atacar una obra de Monet titulada “Impresión: amanecer”, indicó el crítico que “el papel pintado en su estado embrionario está más acabado”. El termino que inició en tono de burla, fue rápidamente adoptado por otros pintores de la época, que constituyen los importantes exponentes de este movimiento de la pintura.
Claude Monet (1840-1926) es el impresionista por excelencia, y como tal, su mundo es de una belleza estimulante. El estilo de Monet, como en otros impresionistas, se caracterizaba por la luz, la paleta colorista y la aplicación ocasional de pintura sin mezclar directamente sobre el lienzo preparado con una capa de blanco puro. Esta superficie aumentaba la luminosidad de cada color e incrementaba la apariencia rota y sin armonía del cuadro.
“Mujer con sombrilla y niño” 1875
En su pintura “Mujer con sombrilla y niño”, (igualmente conocida como “Madame Monet y su hijo” o “En el acantilado”) Monet se encuentra fascinado no por la identidad de los modelos, sino por la forma en que plasma en el lienzo, para el deleite de la posteridad, la luz y la brisa. Un día de verano, una mujer joven se detuvo sobre un pequeño montículo; la hierba y las flores cubrían sus pies, parece que flota en ese lugar, sostenida por su moteada sombrilla, radiante en la transparente luminosidad del momento. Su vestido cobra vida gracias a los tonos reflejados, el dorado luminoso o el azul o el rosa más pálido. Los colores nunca se instalan, como tampoco lo hacen los pliegues y las arrugas que se arremolinan contra el brillo de las nubes y el cielo azul intenso. Monet vio esta escena, la inmovilizó, y la hizo pictóricamente accesible.
Los contemporáneos de Monet estaban acostumbrados a controlar las imágenes inmóviles que pintaban en sus estudios, con lo que su obra correspondía no a lo que se veía en realidad (que nunca estaba inmóvil), sino a lo que se creía que se veía. Monet eliminó estas etiquetas de certidumbre, haciéndolo de la forma más alarmante en sus grandes pinturas en serie, en las que examinaba el mismo tema en diferentes condiciones meteorológicas y a diferentes horas del día o estaciones del año. Al cambiar la luz envolvente, también cambiaban las formas que hasta el momento eran consideradas constantes y permanentes. Monet utilizó su brillante paleta para captar los efectos ópticos creados por la luz urbana, prestando poca atención a los detalles casuales y utilizando pinceladas muy visibles, “indiscriminadas” y poco definidas para captar la escena con rapidez.
La catedral de Rouen parecía una realidad invariable, pero cuando Monet pintó la fachada oeste con sus pináculos y sus arcos de la entrada observó que la luz la transformaba constantemente: ahora exquisitamente rosada; la pintura gruesa y áspera que recuerda el tosco trabajo de la piedra, los portones de bienvenida muy visibles, la gran ventana panorámica, un misterio de oscuro encanto; después pálida, casi sin detalles por la intensidad de la luz. Solía trabajar en varios lienzos a la vez, suavizando el trabajo en piedra cuando hacía mal tiempo con una paleta armoniosa de grises e intensificándola con blanco y azul cobalto cuando el sol brillaba con más fuerza. “La catedral de Rouen” es una declaración mediante la luz. Esta sensibilidad con respecto a la luz cambiante y transformada fue el mayor don de Monet como pintor. Sin duda en esto radicaba la gran fascinación de su serie de pinturas, y él la exploró al máximo.
Monet hizo extensivo su placer al mecanismo de los jardines acuáticos durante los años finales de su vida, trabajó directamente con la naturaleza. Algunos de sus últimos murales de nenúfares, pintados sobre lienzos enormes, son casi abstractos por sus formas flotantes y sus reflejos en la superficie, pero “El estanque de los nenúfares” está enclavado en el mundo de la realidad gracias al puente japonés que describe una curva a través del centro. Incluso aquí podría interpretarse el tumulto de verdes, azules y dorados como abstracción.
“El estanque de nenúfares” 1899
Monet se trasladó en 1883 a una casa en Giverny, en el noreste de Francia, y vivió allí el resto de su vida. Su jardín fue la principal fuente de su inspiración durante todos esos años, y en 1893 lo amplió con la compra de un terreno colindante en el que había un estanque. Aquí pintó su famoso jardín acuático. Esta es una de las 18 pinturas que corresponden a las últimas series de Monet. en la que el puente arqueado japonés, que hizo construir sobre el estanque de flores de agua, es el motivo central.