martes, 17 de agosto de 2010

El Greco, visión y pasión

Antes de iniciar propiamente el apasionante transito por el especial arte de “El Greco” me referiré a la tendencia pictórica de la que es gran exponente, el “Manierismo”, caracterizado por su gran sofisticación, su elegancia exagerada a veces artificial, combinaciones exaltadas de colores intensos o duros, su compleja composición dotada de especial inventiva, y un brío técnico, línea libre y fluida, que ostentan sus ejecutores.

“El entierro del Conde de Orgaz” 1586-1588.

Domenicos Theotokopoulos, 1541-1614, llamado “El Greco”, es el mejor manierista sin duda, nacido en Creta, su carrera florece en España. Sus raíces artísticas son diversas: viajo a Venecia, Roma y se instala en Toledo. La doctrina cristiana española tuvo un impacto crucial en su enfoque pictórico, y su arte representa una mezcla de pasión y comedimiento influido por el misticismo de la contrarreforma católica, de la cual España país paladín.

“Adoración de los pastores” 1612-1614

Las figuras alargadas de El Greco, siempre en estiramiento; sus colores intensos y extraños, su apasionada participación en el tema, su ardor y su energía, se combinan para dar origen a un estilo totalmente distinto y personal. Es el gran artista de la fusión. Coloca el sello de su intensidad angular en todo aquello que crea. Además de los legados de Venecia, Florencia y Siena, él añade la tradición bizantina, no necesariamente en la forma pero si en el espíritu. Vale decir que en sus primeros años en Creta se preparó como pintor de iconos. El Greco siempre crea iconos, y es esta gravedad de espíritu interior lo que da a esa extraña distorsión una virtud sagrada.

“La Virgen con el Niño con Santa Martina y Santa Inés” 1597-1599

“La Virgen con el Niño con Santa Martina y Santa Inés”, eleva al espectador de su natural posición animal, en la parte inferior junto al león pensativo de Santa Martina y el cordero de Santa Inés, que hace equilibrios sobre su brazo con una pose poco natural. La palma del martirio de Martina actúa como una señal, igual que los dedos largos e imposibles de Inés.

Algo atrae irresistiblemente hacia arriba, pasado el revoloteo de las alas de los querubines y el remolino suntuoso de la túnica virginal, y mantiene la atención en el centro pictórico gracias a esas extrañas nubes que parecieran hechas de papel, típicas del pintor. Arriba, al pasar por encima de la curva del manto de María se llega al corazón de la obra, el Niño, y sobre él, la serenidad ovalada del rostro de la Virgen. Se presenta un continuo movimiento que no desaparece; el guía es El Greco, que dirige con figuras que rezan en los extremos para mantener al observador en la ubicación precisa.

“Laoconte” 1610.

Un arte tan dramático e insistente puede parecer demasiado entrometido, sin embargo, este control psíquico es esencial para El Greco. Incluso cuando su pintura no puede entenderse como es el caso del “Laoconte”, no cabe la menor duda de que algo portentoso sucede. La referencia literal al sacerdote troyano y a sus hijos es suficientemente clara. Pero ¿Quiénes son las mujeres desnudas una de las cuales parece tener dos cabezas? Incluso aunque la segunda cabeza indique que la obra se encuentra inacabada, resulta de todas formas apropiada. Laoconte fue sobrepintado luego de la muerte de El Greco; la “segunda cabeza” que mira dentro de la pintura se borró y los dos desnudos frontales fueron se cubrieron con un manto. Posteriormente se restauró y quedó como se observa ahora. Las serpientes resultan inútiles, delgadas y magras; surge la pregunta del porqué estos fornidos hombres tienen tantos problemas para vencerlas. Se percibe que más que una historia directa, es una alegoría: se contempla al diablo y la tentación en su ataque a los cuerpos desprotegidos de la humanidad. Incluso las rocas son poco convincentes desde el punto de vista material hechas de la misma insustancia que el cielo alto y plagado de nubes. Esta pintura plasma los eventos que aparecen en “La Eneida” de Virgilio. Laoconte intentó disuadir a los troyanos de su intención de dejar entrar al traicionero caballo de madera, némesis de la ciudad. Muere estrangulado por las serpientes.

Cuanto menos se comprende esta obra, mas ejerce su hechizo. Lo más importante en El Greco es el significado implícito que transmite con la manera más que la sustancia, con un brillo de luz sobrenatural que, a pesar de los misterios no resueltos, no es extraña. Ningún otro manierista llevó la manera hasta semejante altura o con tanta consistencia como El Greco.

1 comentario:

  1. Es uno de mis pintores favoritos, me fascina el color y sus significaciones. Es increíble como pintores como él puede seguir despertando nuestra fascinación a pesar de verlo una y mil veces. Uno no puede dejar de asombrarse.

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