sábado, 21 de agosto de 2010

Rafael, maestro del alto renacimiento italiano

Autorretrato, 1504-1506 Después de las complejidades de Leonardo y de Miguel Ángel, supone un descanso observar la obra de Rafael (Rafaello Sanzio, 1483-1520), no menos genio que ellos, pero de costumbres cotidianas iguales a las de cualquier hombre. Nació en la pequeña ciudad de Urbino, centro artístico, y recibió sus primeras enseñanzas de su padre. Éste le envió posteriormente, a estudiar con Pietro Perugino (1478-1523) quien poseía considerables dotes al igual que Ghirlandaio o Verrochio. Pero mientras que Leonardo y Miguel Ángel superaron rápidamente a sus maestros y no mostraron ninguna huella de influencia en sus obras posteriores, Rafael demostró un talento precoz desde el principio y absorbía de manera innata las influencias. Viese lo que viese, lo absobía, siempre creciendo con lo que le habían enseñado. El primer trabajo de Rafael se parece mucho al de Perugino. De hecho, el “Tríptico Galitzin”, de Perugino, se creyó que era de Rafael hasta que fue demostrado  que se entregó  a la Iglesia de San Gimigniano en 1497, cuando Rafael apenas contaba 14 años de edad. Esta obra muestra un Perugino, calmadamente emocional y piadoso más que apasionado.

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“Tríptico Galitzin”, 1485. Pietro Perugino

En los inicios de Rafael quedan reminiscencias del elegante Perugino, en una de sus primera obras, la diminuta “San Jorge y el dragón”, pintada entre los 21 y 23 años de edad; la princesita que reza es un figura típica de su maestro. No obstante, puede percibirse un fuego en el caballero y en su inteligente corcel, y un desagradable vigor en el convincente dragón que se encuentran más allá de la habilidad de Perugino, incluso la cola del caballo está cargada de electricidad.

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 “San Jorge y el dragón” 1504-1506. 28 x 22 cm.

Rafael pasó su primera estancia en la ciudad de Florencia entre 1504 y 1508, ahí coincidió con Leonardo y Miguel Ángel, de este encuentro, adoptó nuevas técnicas y métodos de trabajo, especialmente influido por Leonardo sus pinturas adquirieron una energía gráfica más vigorosa. Esto puede notarse en una obra como “La Virgen del prado”, con su suavidad de contornos y un equilibrio perfecto. Ambos rostros, el de la Virgen medio sonriente, medio rezando, totalmente absorta en la contemplación de su hijo, y el Niño, tranquilo por completo con su madre, se aproximan al observador con una mirada soñadora, con una dulzura abstracta, poseen la introspección característica de Leonardo, aunque más firme y menos compleja. Detrás de las figuras sentadas hay un paisaje rural con una iglesia situada en una colina.

La Virgen del prado

“La Virgen del prado” (detalle) 1505, 60 x 45 cm

La temática de la Virgen y el Niño se repite en varias oportunidades, siempre con una composición elegante e íntima. Por otro lado, “La Virgen del alba” denota una especie de heroísmo a lo Miguel Ángel; tierna como es habitualmente representada por Rafael, pero también pesada; los volúmenes perfectamente compuestos; una emoción que crece progresivamente hasta encontrarse con su punto culminante: el rostro atento de María.

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“La Virgen del alba” 1510. 95 cm de diámetro

El mundo se extiende a ambos lados, centrado en esta trinidad de figuras, el movimiento se desliza con elegancia hacia adelante, hasta alcanzar el pliegue del manto que cubre el codo de María; después retrocede con la inclinación de su cuerpo hacia la izquierda, y el significado se explica: El amor nunca es estacionario, se da y te lo devuelven. Rafael tuvo una vida corta, pero mientras vivió fué uno de esos genios que continuamente evolucionan y se desarrollan. Poseía una extraordinaria capacidad para responder a los movimientos del mundo del arte e incluirlos en su propia obra.

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“Bindo Altoviti”, 1515, 60 x 44 cm

Rafael fué uno de los retratistas más perfectos. Penetra sin esfuerzo en las defensas externas de su modelo, pero cortésmente se confabula cola imagen que el ego hubiese deseado que retratasen. Esta dualidad, mirar bajo la superficie añade un significado adicional a todos sus retratos. Se ven, y se saben cosas que no se ven; ayuda a encontrar más que a evaluar.

“Bindo Altoviti” era apuesto, exitoso como banquero y era rico; se parecía a Rafael, tal vez existió en la obra algún sentimiento de camaradería, puesto que el noble semblante está representado con gran sensibilidad. La mitad del rostro permanece oculta en sombras, como si hubiese querido permitir al modelo su misterio, su madurez, su particular destino. Sin embargo, el escenario en el que lo sitúa el pintor no es su mundo. Altoviti aparece sobre un fondo verde luminoso, fuera del alcance del tiempo en su eterna juventud, sin miedo porque se haya protegido por el arte de las inseguridades humanas.

La escuela de Atenas

“La escuela de Atenas” 1510-1511 Capilla Sixtina

Con la modernidad, Rafael ha trascendido la moda de una época donde su trabajo parece no tener fallos, resultan demasiado perfectas para un tiempo en el que ha cambiado la visión de la belleza y sus medios de expresión resulten tal vez desaliñados en comparación. Sin embargo estos grandes iconos de la belleza humana no dejan de conmover: sus murales en el Vaticano permanecen tranquilos al lado del techo de la Capilla Sixtina. “La escuela de Atenas”, que inmortaliza a los grandes filósofos, no tiene par en su elegancia clásica. La inmensa influencia que Rafael ejerció en artistas posteriores resulta todavía más impresionante si tomamos en cuenta su corta vida.

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