miércoles, 28 de julio de 2010

Velázquez: El genio español

Cuando Diego Velázquez (1599-1660) hizo su primer intento por conseguir la gloria pictórica (apenas salido de la adolescencia), se encontraba bajo la influencia de Caravaggio. Presenta la misma seguridad de forma al igual que su dominio de la luz, pero aquí concluye toda comparación. Velázquez era único, uno de los mejores pintores de todos los tiempos, y desarrollo una visión de la realidad humana que poco debía a la influencia exterior.


"La infanta Margarita"

La única imagen de la realeza comprable a los retratos de Van Dyck del rey Estuardo Carlos I es la ofrecida por Velázquez de los Habsburgo, a cuyo servicio trabajó como pintor de su corte, sin embargo con la comparación anterior, esta también raya en la superficie. Velázquez no se limita solamente a glorificar al personaje real y su corte, tenía interés en aumentar su estatus social y con el tiempo llego a tener una pequeña amistad con Felipe IV. El rey supo apreciar el genio del artista y lo compensó debidamente.

La pura belleza de las pinturas de la corte hechas por Velázquez constituyen comunicados oficiales, pues a falta de fotografía, sus pinturas eran el reflejo de cómo eran el monarca y su entorno. “Las Meninas” (doncellas de honor) están expuestas en su justo lugar, bajo la protección de un cristal blindado, como el mejor tesoro de un gran museo, El Prado de Madrid. Al centro se encuentra la pequeña princesa, la infanta Margarita Teresa; a su alrededor, sus doncellas, su tutor, el paje, la enana de servicio y su enorme perro. A partir de éste se sube por etapas hasta llegar a las distantes figuras del rey y la reina. En este cuadro se encuentra todo el mundo de la corte interior, mostrado oblicuamente, con el orden de importancia invertido. Pintada para el palacete de verano del rey, esta obra es un retrato de su hija pequeña y un sofisticado e innovador tributo al mismo rey. Retrata un instante preciso, cuando todos los personajes responden a la entrada del rey.


“Las Meninas” 1656.

El pintor que se observa en el cuadro es el mismo autor, se encuentra de píe en el extremo izquierdo, concentrado en un lienzo y mirando de forma imponente hacia arriba, mientras que las grandes copias de los cuadros de Rubens, colgados a su espalda, se ven reducidos de forma irónica por las sombras. La cruz roja en su pecho hace referencia hace referencia a su posterior nombramiento como caballero y fue añadida al cuadro dos o tres años después. El detalle del espejo posterior no pasa inadvertido, el reflejo muestra las figuras del rey y la reina o tal vez al cuadro que pinta Velázquez, es una duda que aún persiste. Seguros en su posición, la pareja real puede permitirse permanecer como un simple reflejo detrás de su hija. Incluso como pálidas sombras, pueden dominar, y de seguro que éste es uno de los más sutiles cumplidos que pueden hacerse.

En sus inicios el artista contribuyó con los grandiosos proyectos inaugurados por Felipe IV, estos incluían un espléndido palacio, el del Buen Retiro, construido en 1631-1635, cuyas salas se adornaron con más de ochocientas pinturas. La sala de ceremonias principal, conocida como el Salón de los Reinos, contenía 27 cuadros de pintores españoles, entre ellos “La Rendición de Breda” de Velásquez.


“La Rendición de Breda” 1634.

El uso que daba Velázquez a la pintura intrigaba a sus amigos reales, comentaban que era conveniente contemplar sus cuadros a cierta distancia, ya que así las pinceladas de color, toscas y descuidadas se integraban en la imagen de forma repentina y casi milagrosa. Encajes, oro, el brillo de las joyas, el sonrosado de una joven mejilla, la cabeza inclinada por el cansancio de un anciano, Velázquez lo capta todo, y lo presenta para que se aprecie en su total dimensión. Podía hacerlo con una imagen religiosa: Ningún “Cristo crucificado” tiene una dignidad humana más triste que el suyo.


"Cristo crucificado" 1631-1632

Igualmente, podía tratar el tema mitológico y mostrar que el paganismo es una religión y, por lo tanto, extrae su fuerza de los movimientos del espíritu humano. “La fragua de vulcano” es una obra maestra de contrastes entre dos tipos de seres. Por un lado se ve el luminoso y asexuado joven visitante de otro planeta, seguro de su habilidad para hacerse entender. Por el otro, un grupo de herreros fuertes y sorprendidos y, al mismo tiempo, nada impresionados. Ambos mundos se encuentran con mutua incomprensión y menosprecio; sin embargo, Velázquez disfruta con el hecho de que su broma pueda pasar desapercibida.


“La fragua de Vulcano” 1630

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