miércoles, 30 de junio de 2010

Henri Matisse: Dueño del color

La pintura de Matisse posee una fuerza extraordinaria, que vive por derecho propio en paraíso al que el pintor arrastra a todos sus espectadores. El gravitó sobre lo bello y creó algunas de las escenas más hermosas y poderosas antes pintadas. Era un hombre de temperamento ansioso, que trato de sublimar mediante la pintura. Mientras Picasso destruyó su miedo a las mujeres, Matisse convirtió su tensión nerviosa en serenidad.
Henri Matisse adquirió fama inicialmente como “el rey de los fauves”, una etiqueta inapropiada para este hombre caballeroso e intelectual muy alejado del “salvajismo” aunque sí con un gran contenido de pasión. Fue un artista que demostró un absoluto control, su espíritu y su mente mantuvieron en todo momento controlada a “la fiera” del fauvismo.


“Madame Matisse”, retrato de la raya verde, 1905.

El retrato que hace de su esposa, conocido como “Madame Matisse", retrato de la raya verde utiliza color separado para describir la imagen. El rostro ovalado se divide con una pincelada verde, y su peinado, un moño purpura, resalta entre los tres colores del fondo. Su parte derecha muestra una intensa vivacidad, a la izquierda el malva y el naranja repiten los colores de su vestido. Esta versión del autor constituye un ensayo creativo sobre la armonía del color.


“La conversación”,1909.

Los años fauvistas de Matisse fueron sustituidos por una etapa experimental en la que deja de lado los efectos tridimensionales a favor de zonas radicalmente simplificadas de color puro, formas planas y diseños pronunciados. El esplendor intelectual de este arte de sorprendente belleza atrajo mucho a la mentalidad rusa, por lo que muchas grandes obras de Matisse se encuentran actualmente en ese país. Una de ellas es “La conversación”, en la que se ve a un matrimonio conversando; sin embargo, esa conversación es significantemente muda, los personajes son inexorablemente opuestos: el hombre (un autorretrato) es la figura dominante, se encuentra de pie, mientras que la mujer se recuesta malhumoradamente en la silla. Está cercada por la silla, prisionera de sí misma, rodeada por todas partes. Los brazos de la silla la confinan y, sin embargo, la silla apenas se distingue del fondo de la pintura, está dentro de su propio contexto. La ventana le ofrece una posibilidad de salida, pero la contiene la baranda de hierro. El destaca, posee un dinamismo que a ella le falta. El cuadro no puede contenerlo y su cabeza sobresale del marco para incursionar en el mundo exterior. La única palabra de esta hostil conversación es la escrita en la barandilla “Non” ¿le está diciendo que no a su egoísta pasividad? ¿le dice ella que no a su intensidad? Ambos personajes se niegan mutuamente para siempre.


“Odalisca con los brazos levantados”, 1923

Sus trabajos más característicos fueron sus odaliscas, pintadas durante sus estadías en Niza, cuyo clima le gustaba, además por su cálida luz. Al ver “Odalisca con los brazos levantados” se piensa que el autor la explota, pero el personaje no se percata de ello, se encuentra perdida en su ensueño particular mientras la luz solar la baña. Junto a la espléndida opulencia del sillón, de su diáfana falda, y de los paneles decorados a cada lado. Se revela un mundo decorativo cargado de ingeniosas ideas.


“Animales marinos”, 1950

Hacia el final de su vida Matisse entró en un período de invención desinteresada. En esta última etapa, ya muy débil para estar de pie al frente de un caballete, hizo recortes, tallando en papeles de colores, producía formas recortadas que utilizaba para hacer collages que resultaban en grandes cuadros algunas veces. Dichas obras constituyen su máxima aproximación a la abstracción. Con sus “Animales marinos” obtiene una maravillosa sensación del mundo bajo el agua, con peces, caballos marinos y algas, todos en la líquida libertad provista por el mar. Su rectitud geométrica y su resplandor cromático conjugan las dos grandes dotes del artista, habilidades estas que lo convierten en el maestro colorista del siglo XX.

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