martes, 15 de junio de 2010

La Torre de Londres: Una fortaleza con destinos inusuales



Esta singular edificación de piedra, de 1.170 metros cuadrados y más de 27 metros de altura, de color blanco reluciente, que podía divisarse desde varios kilómetros a la redonda, era todo un hito para la época. Era la Torre Blanca, una fortaleza encargada hacia el 1076 por Guillermo El Conquistador. Había logrado obtener la corona por la fuerza doce años atrás, luego de derrotar en Hastings a su cuñado, y para muchos, el legítimo heredero de Eduardo el Confesor, muerto sin descendencia.
Guillermo no era un rey popular y era consciente de tal situación, el pueblo que gobernaba nunca dejó de considerarlo un extranjero. Esto le llevo a reforzar las murallas de la ciudad capital y a construir un bastión que sumaba los últimos avances en tecnología militar con las comodidades propias de una residencia real. Su propósito no era únicamente repeler a posibles invasores extranjeros, ante todo era, intimidar a sus vasallos.


Guillermo “El Conquistador”

Aunque Guillermo no vería culminada la Torre Blanca, sus sucesores la usaron constantemente. En la edad media se empleó principalmente como refugio en situaciones de inestabilidad política, cuando los soberanos veían peligrar su posición. Pronto se llevarían a cabo ampliaciones y mejoras.
Enrique III, quien tenía numerosos enemigos, añadió 50 años después una muralla, un foso y nueve torres, entre ellas la de Wakefield, la de Lanthorn y la de Beauchamp. Pero fue su hijo Eduardo I, quien le dio el impulso definitivo hasta convertir la fortaleza en el conjunto de edificios que hoy se conoce como la Torre de Londres. Edificó una segunda muralla y otro foso para obtener dos líneas de defensa concéntricas, construyó nuevos aposentos, estableció allí la Casa de la Moneda y fue el primero en asentar calabozos permanentes.



Con todas estas adiciones las expectativas eran que el conjunto fuese inexpugnable, sin embargo a finales del siglo XIV estalla una revuelta campesina producto de la aplicación de un impuesto, la que logró burlar sus defensas. El resultado: asesinato del tesorero real y el arzobispo de Canterbury.
La Torre no volvió a ser un lugar seguro para la realeza, o al menos para algunos de sus miembros es de reseñar lo ocurrido en el siglo XV con los príncipes Eduardo y Ricardo, niños de 12 y 10 años respectivamente, su tío conocido luego como Ricardo III los envió a la Torre bajo la excusa de prepararlos para la coronación del primogénito, al tiempo los declaró ilegítimos y se apoderó del trono. De los sobrinos no se supo nada más hasta 1933 cuando una excavación forense aceptó la posibilidad de que los esqueletos hallados fueran la de los desafortunados príncipes.


Enrique VIII (Enrique Tudor)

La historia de sangre de la Torre continúa bajo el reinado de la dinastía Tudor, primero con Enrique VIII, aunque para 1533 cuando ordena construir unos especiales aposentos para su esposa Ana Bolena. Poco podía imaginar la reina que tres años más tarde moriría decapitada a pocos metros de allí. La misma suerte correría Catalina Howard, quinta esposa del Rey Enrique VIII y antes que las dos reinas Tomás Moro, canciller del reino y amigo del Rey por no aceptar la ruptura oficial con la Iglesia Católica, opuesta al divorcio del Rey con su primera esposa.


Isabel I de Inglaterra (Ultima reina de la dinastía Tudor)

La tradición de uso seguiría con María I, hija de Enrique VIII, ferviente católica, quien en su condición religiosa ordena ingentes persecuciones de carácter religioso y político de la que apenas pudo escapar su hermana Isabel, que fue huésped de la Torre por dos meses, acusa de conspirar contra su media hermana. No tuvo tanta suerte Juana Grey, antecesora de María, quien solo reino por nueve días y fue ejecutada a los 19 años.


Oliver Cromwell

El siglo XVII trajo nuevos sobresaltos, por vez primera en su historia, la Torre de Londres se desvincula de la monarquía. En 1649, luego de 7 años de guerra civil pasa a manos del parlamento inglés y recupera su carácter militar originario. Oliver Cromwell la convierte en un cuartel y borra todo vestigio de su pasado real, llega inclusive a fundir las joyas de la corona. Tras esta etapa en 1660 se restaura la monarquía, pero la Torre mantuvo su nueva función. La mayor parte de sus edificios se transformaron en arsenales, almacenes y oficinas militares.
Nuevos cambios llegarían en el siglo XIX de la mano del Duque de Wellington, recordado por vencer a Napoleón Bonaparte en la batalla de Waterloo, el mismo quiso dejar constancia del hecho al bautizar unas barracas con el nombre de tan famoso encuentro bélico. La Torre estuvo en manos del Duque 26 años, tiempo en el que añadió un nuevo bastión y nuevas defensas, igualmente desecó el foso al descubrir que era la causa de enfermedades.


Duque de Wellington


La segunda mitad del siglo XIX fue testigo de otra clase de limpieza, con el advenimiento de la era victoriana, el romanticismo tan dado a idealizar el pasado, puso de moda todo lo medieval, siendo la Torre un edificio que se encuadraba en tal visión. El arquitecto Anthony Salvin recibió el encargo de devolverle su imagen original, aunque el proceso de restauración no se ajustaba fielmente a la realidad, sino más bien a los gustos neogóticos del arquitecto. Luego, las reformas de John Taylor, sustituto del primero, fueron aun más polémicas ya que derribó varios edificios antiguos para que la Torre Blanca pudiera contemplarse desde todos los ángulos.
Controvertidos o no, los cambios impulsaron la popularidad turística de la fortaleza, que llega hasta el presente. Alrededor de esta antigua construcción surgieron mitos dentro de los que destaca el de los cuervos. Se supone que la monarquía británica llegara a su fin el día en que los seis cuervos que moran en la Torre la abandonen. La realidad es que la monarquía no deja al azar tal cosa y para ello, tienen personal encargado de su alimentación y recortan una de sus alas. A pesar de ello ha habido casos de cuervos aventureros, incluso hay quien asegura que todos echaron a volar durante los bombardeos de la II Guerra Mundial.
Por un breve lapso en el siglo XX recuperó su función de presidio. Varios espías fueron fusilados; el último Josef Jakobs, en 1941. Rudolph Hess, uno de los jerarcas del partido nazi, pasó cuatro años allí antes de ser juzgado en Nuremberg. Fue al menos por el momento, el último prisionero de la Torre de Londres.

Fuente consultada: Historia y Vida N°487

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